Cielo negro
Amanecí sin él.
(Mis ojos lo sueñan a diario).
Amarga la noche pasada...
Resucita la angustia que rasga esta soledad.
Y yo, entre tanto, ausente de milagros,
milagros que llenen el hueco de mi pecho.
No, no volverá, fue prestado a la eternidad.
Quedando sola poco a poco,
habita la misma muerte presente.
Desnuda... no la reconozco.
Se parece a mí, pero sangra.
Incomprendida, ciega y destrozada.
Vacía, atada a mi cama —doloroso.
La tristeza casi ya no me extraña.
Se asoma, me humedece y golpea.
El miedo es tan cercano.
Ese, mi cielo negro, mi tormento...
Mis ojos lo sueñan a diario y se qué no regresará.
Duele
Ya no me extrañas...
Dejé de ser el relleno de tu hueco corazón,
las mariposas ya no revolotean por tu cuerpo
y mis palabras se perdieron por allí.
Por tu nombre, se hacen poemas tan cortos
que ya no llegan a inspirar a nadie.
Por tu adiós, se entristecen todas las promesas,
los ayeres y las miles de estrellas que contamos.
Tu ausencia se contrae a la par de mis labios
(hacia el sur), en sentido contrario de los tuyos,
nombrándola a escondidas de mis cansados oídos.
Mis ojos denotan cada desvelo que te he dedicado,
Ya no son tu refugio y migraron en mi contra.
Exacerbantes y abandonados.
Solo la noche es testigo de susurros imperceptibles,
de aquellos que se pierden entre lágrimas
y eclosionan para no volver. Terapéuticos.
Pero todavía duele... y demasiado...